Mientras Sócrates meditaba, un discípulo se acercó diciéndole: “maestro, quiero contarle algo, un amigo suyo habló de usted con malevolencia”. El inmortal filósofo ateniense lo interrumpió preguntando: ¿Ya hiciste pasar por las tres barreras lo que me vas a contar? La primera de ellas es la verdad, ¿Ya examinaste si lo que quieres decirme es verdadero en todos sus puntos?  

El sorprendido discípulo contestó: “No, lo he oído decir a unos vecinos”. Sócrates replicó: “al menos habrás hecho pasar por la barrera de la bondad; lo que me quieres contar ¿Es bueno por lo menos? El discípulo dijo “No, en realidad es todo lo contrario”. Ahhh... interrumpió Sócrates “Entonces, vamos a la tercera barrera: ¿Es necesario que me cuentes eso?

“Para ser sincero no, necesario no es”, dijo el intrigante. Entonces Sócrates le respondió: “Si no es verdadero, ni bueno, ni necesario... no merece ser conocido por nadie, sepultémoslo en el olvido”.  

Esta columna la escribimos exactamente hace 10 años en CORREO Piura


Ni miles de guerras, ni cientos de imperios, ni ideologías ni religiones, ni la deslumbrante tecnología que hoy lleva bienestar a la humanidad, han evitado que 2,475 años después, conceptos tan simples pero certeros tengan tanta vigencia, en especial para quienes ejercemos como oficio o profesión, el periodismo.

Antes de dar una noticia, acaso nos preguntamos ¿Está la verdad en cada palabra que decimos? Antes de escribir un párrafo, narrar un acontecimiento o editar una imagen reflexionamos si ¿El trabajo que realizamos es beneficioso para quienes nos leen, escuchan o ven, aún si se tratará aparentemente del hecho más inocuo?.

¿Es acaso necesario poner un habría o un sería cuando para dar una noticia no tenemos realmente la verdad? ¿Es necesario invadir la intimidad de una persona para exhibir de ella una supuesta inmoralidad, so pretexto del interés público? Aunque más tarde no hayamos podido demostrar nuestra acusación y aún así, no tengamos el valor de reconocer nuestra malevolencia o ineptitud.

Hay algunos que ejercen el periodismo como profesión con título universitario, aire docto, peroran bonitas conferencias y se sienten héroes de fantasiosas batallas contra el mal, pero no vacilan en tener clandestinos o públicos arrumacos con quien, a cualquier precio, pueda darles una mísera cuota de poder.

Algunos otros también lo ejercen como ese oficio que, angustiosamente, se recoge de la calle porque agobia el desempleo y sabiendo que Dios es grande, podrán llevar un pan a casa. No importando a veces la ausencia de verdad, la malevolencia o quién paga el precio de su propia noticia.

Es evidente que en ambos casos hay muchos que, aún con sus carencias intelectuales, su pobreza material e incluso su comprensible debilidad por el placer, no entregan al público una verdad sin estar seguros de ella. Al menos aplican una de esas tres barreras que Sócrates exigía a sus discípulos.

Es cierto que estamos muy lejos de aprender a usar esas tres barreras. Vale la pena que lo intentemos porque conceptos universales como el de Sócrates, no son usables de un modo para los “profesionales” y de otro para los que “se hacen en la calle”.

Son imprescindibles en el ejercicio del periodismo, sea éste una profesión o un modesto oficio. Es así porque a diferencia de otras ocupaciones, los periodistas tenemos un gran deber: hablar con la verdad, en beneficio de la sociedad y siempre que sea necesario. Es Día del Periodista, más allá de discursos y homenajes, no creemos sea malo reflexionar de vez en cuando. Que tengan un buen día, colegas.